Tarraco

Ciudad costera hispano-romana fundada durante la II Guerra Púnica por los Escipiones (218 a.C.) sobre el núcleo indígena de Kesse. Fue capital de la Hispania citerior y, posteriormente, de la Tarraconensis (desde 197 a.C.), así como centro del conuentus Tarraconensis. La ciudad se vio afectada por las incursiones francas del año 260 y por las de alanos, suevos y vándalos durante el año 409. En el 475 fue ocupada por los visigodos. Fue ceca visigoda desde Leovigildo (568-586) hasta Agila II (710-714) y mantuvo su preponderancia económica respecto a otros núcleos de la Tarraconensis. Los musulmanes se apoderaron de T. en el 713, tras la huida del obispo Próspero y otros eclesiásticos. En 1116 la volvieron a tomar los cristianos.

Aunque la tradición haya asumido como realizado el viaje de Pablo a Hispania, y su desenbarco en Tarraco, el cristianismo no se atestigua con seguridad hasta los tiempos de la persecución de Valerio (259), a través de las actas martiriales del obispo Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. La carta 11* de Consencio (ca. 419) dibuja un panorama del entramado socio-religioso en una T. que ya está totalmente impregnada por el cristianismo. La sede metropolitana se documenta por primera vez en el 385, con la decretal del obispo romano Siricio dirigida a Himerio. Se reunieron dos concilios: el de 419, contra el priscilianismo, y el de 516, con carácter provincial. Sus primeros obispos fueron: Fructuoso (†259), Himerio (385-ca. 390), Hilario (ca. 400-ca. 405), Ticiano (ca. 419), Ascanio (ca. 461-ca. 464), Juan (469-520), Sergio (ca. 535-ca. 555), Tranquilino (560-580), Artemio (ca. 589-ca. 599), Asiático (599-?), Eusebio (ca. 610-ca. 632), Audaz (633-?), Protasio (ca. 638- ca. 646), Cipriano (ca. 668-ca. 688), Vera (ca. 691-ca. 694) y Próspero (?-713).

La Tarraco cristiana dispone de algunas fuentes escritas en relación a su arquitectura: la carta de Consencio mencionando el secretarium de la catedral y el monasterio de Frontón; el carmen funerario del obispo Sergio elogiando su restauración del tejado de una iglesia y la construcción de un cenobio; y el Liber Orationum de festiuitatibus (inicios s. VIII) elencando los templos de Santa Jerusalén, San Fructuoso, San Pedro y un cuarto del que no se indica el titular.

ANÁLISIS FORMAL

Tarraco conserva monumentos y yacimientos arqueológicos de su primera cristianización. Intramuros –donde se detecta la desaparición de grandes áreas urbanas entre la segunda mitad del s. III y finales del IV–: la basílica martirial del anfiteatro (época visigoda), construida en la arena (seguramente, el templo de San Fructuoso mencionado en el Liber Orationum de festiuitatibus); restos fragmentarios de un templo en la plaza Rovellat; y la presunción más que probable del emplazamiento de la sede episcopal paleocristiana bajo la catedral actual, en la parte alta de la ciudad romana, donde se levantaba el templo de Augusto.

En el suburbium se hallan los restos más destacados: por un lado, la extensa necrópolis paleocristiana del Francolí (cronología bajo-imperial y visigoda) contiene los restos de una basílica y más de dos mil inhumaciones con tipologías y decoraciones diversas, entre las que destacan, por la información epigráfica, iconográfica y onomástica que contienen, los sarcófagos y las laudas musivas; se trataría de una necrópolis ad sanctos alrededor de las reliquias de Fructuoso y sus diáconos, custodiadas en la basílica del cementerio. Por otro lado, destaca el conjunto del Parque Central, ubicado muy cerca de la necrópolis paleocristiana, el cual se perfila como un complejo, probablemente monástico, de varias edificaciones presididas por una basílica funeraria con atrio rodeado de dependencias; destaca el hallazgo de una inscripción funeraria dedicada a una beata de nombre Thecla.

En el ager de Tarraco sobresalen la rica Vil·la dels Munts (Altafulla), con claros indicios de cristianización, y el mausoleo paleocristiano de Centcelles (Constantí), monumento con una impresionante cúpula decorada con mosaicos de tema cinegético y con escenas del Viejo y Nuevo Testamento, distinguiéndose también varios personajes entronizados y togados. Su interpretación iconográfica –y por ende también la identificación de su propietario– siguen siendo objeto de polémica y discusión, aunque no cabe duda de la importancia e influencia que debió ostentar el personaje allí enterrado. Otros indicios fragmentarios dispersos por la ciudad y su ager completan la visión de un gran conjunto paleocristiano.